Paño Sacrificial (1)

Alfonso Masó

Las manos de lady Macbeth no consiguen limpiarse jamás bajo los escenarios y las luces.

Un manantial único, un inmenso nacimiento de sangre, bajo el murmullo recolector de infinitos insectos, se extiende interminable hasta el final de los horizontes.

Nace allí la primera miel: el primer vestido púrpura que recubre tu cuerpo: el primer velo del agua, el primer deseo y el primer remordimiento.

Inventarías cada vez tu propio nacer en una indecible obsesión de cuevas y de acuíferos, de pasadizos y humedales, como si no te amaran más los ángeles hipnóticos y tus recurrentes actos consiguieran , en su persistencia, ruborizar el recuerdo.

Las abejas volverían a gritar su lujuria de glicinias despertándote en medio de la noche: cuando la súbita herida del sol ya no te ahoga: te cubre, con su olor de cisne: para que vuelvas a yacer, abandonada, en el primer mar de sangre.

Nacer en la madurez del sexo parecía destinado a los seres del mito; hasta que hubo un paréntesis en lo que el coro llamaba destino.

Descubriste el paréntesis como una forma aceptable de trasponer la puerta hermética: el mito nunca fue la repetición del engaño sino el conjunto de los deseos de los hombres, murmurados, entre el susurro de los insectos, por los labios púrpura de una mujer.

Cuando buscabas sustituir la miel por limo no olvidabas que aquella incesante bacanal necesitaba nuestros cadáveres para hacerlos florecer.

Nos ha sido dada la ilusión de generar tiempo a partir del tiempo de las cosas, de su imaginaria retención en nuestros actos; de mostrar sabiduría en la ficción de oír una historia; de venerar algunos antepasados, engrandecidos por la distancia: la inmensidad que nos aterra entre unas y otras estrellas: el lecho donde el mito se transforma y las lenguas desandan los caminos en busca de una impresión originaria.

Bañarnos en las aguas que aún no han encontrado su rubor; acrecentar el mientras convirtiéndolo en labios: acrecentar el sexo de la niñez donde Eros pudiera seguir prometiendo su primera promesa.

¿Qué queda de James Lee Byars convertido en oro? Probablemente Leonard Cohen nos diría que el barro del comienzo.

¿Qué queda de Mendieta convertida en barro? Alguien, con escarabajos de oro, tejió para ella inhabitables trajes de diosa.

Nunca podríamos consentir que uno y otro cuerpo dejaran de volver al lugar del sacrificio: a celebrar su propia muerte: aquella que aparentemente podría librarnos de estar en su lugar. (2)

Otras manos, con la intención de protegerte, te ofrecerán aquel bálsamo de olvido hecho de ángeles.

Un limbo blanco permanentemente abierto, en un lujoso balneario que transforma la culpa en belleza.

Belleza y bondad extendidas por untuosas manos hasta moldear la sonrisa: la boba sonrisa de la lobotomía: lejos de cuanto funda el encuentro con la otra sangre.

Quizá llamábamos purificación a otros sueños de lodo.

La llama, la sangre, el beso, la miel, el escenario; todo volverá a pasar menos el bullicio de las calles rebosantes donde te acompaña la soledad más extrema: hoy que has muerto dos veces para nada.

Si pudieras salir del escenario por la puerta sellada, al desoír al corifeo, ya no serías lady sino una lejana mujer mestiza: quizá afuera no habría ni soles ni furias y las voces que aquí te persiguen, allá te cantarían.

***

Lavar con sangre la sangre. El coro calla perturbado, el corifeo parece preguntar y duran excesivamente los segundos de silencio. ¡Van a tener que volver a escena los cantos que hacen de niebla! ¡ Va a haber que cubrir la obscenidad de ese cuerpo desinvestido (3) con los desnudos cuerpos de las ninfas!

Algo así paralizaría el pactado desarrollo de todo el argumento. Aunque en un principio se entendiera como una pasajera perturbación, como un fruto imparable de la venganza: no sería un nuevo crimen sino el viejo estanque de una sangre que ya fluyó; un estanque sin posible Narciso donde dudaría en reconocerse el apaleado animal de la fidelidad. Ella quiere devolver la palabra al corifeo porque las clámides y las máscaras se han convertido en estatuas; porque el aleteo de las palabras ya no tiene sonido y vagan invisibles, dentro del día, como impotentes luciérnagas que vivieran junto al sol.

Los sacerdotes, confiados, duermen junto al estanque de la voz: claro y transparente como la vana belleza sin heridas: ellos prohibieron para siempre traer a los labios las palabras del espanto. (4)

Sólo los proscritos y las bestias beberán de los estanques oscuros.

Sólo el lodo contiene el recuerdo borrado en las tablillas de la escritura: sólo los cuerpos de las bestias cubiertos de lodo.

Ella sabe que se cubre como la Bestia, decidida a ser el cuerpo del Escarnio. Ella sabe de las diosas que fueron sepultadas bajo el lodo: negada su existencia y su pasado por las terrestres instancias de los cielos que sólo conciben diosas vírgenes. Las diosas asesinadas yacen ahora bajo el lodo. Las diosas violadas de un cielo donde consiste la virginidad en no haber sido alcanzadas por la libertad del hombre. (5)

Lo abominable sería aquello que sumergiera las efigies en el lodo: las ropas impolutas, bajo la luz, ahora muda, del escenario: cerrados los ojos ante las otras súplicas, pasajeras, vanas.

Lo abominable sería el mancillar las perfumadas ropas de la representación. En la tragedia lo intocable era sólo la representación.

Bajo el lodo bulle lo putrefacto: la atracción inconfesable habitada por larvas: la disolución irreversible de su mentida historia.

***

El escenario convertido en mercado.

La sublimación, aún sin inventar por Freud o confundida entre hierros y cilicios.

La alquimia amenazada por el fuego.

Las piedras del sacrificio: más húmedas de sangre.

El Ángel Exterminador rociando de ortigas el lecho de Isaías, o perdido en el futuro: acechando en la sombra el confiado paso de Buñuel.

¿Por qué, en aquellos días, James Lee Byars que olía vagamente a desierto se empeñaba en quemar sus propias naves en las grandes salas de los palacios?

¿Qué cenizas, qué residuo no acababa de aparecer?

¿Por qué? Si él había ofrecido al futuro el sacrificio más numeroso que recuerdan las calles de Nueva York: un interminable vestido rojo, repleto de cuerpos anónimos: Una inmensa hilera de sangre que aplacara la futura ira de los reyes pistoleros. (6)

¿Por qué entonces, aparecía en los aleros de los tejados con los brazos en cruz, como un Cristo de plata?

¿Recogerían para él sus lágrimas los/las vírgenes en algún lugar fuera de escena?

¿O sería quizá el ámbito del escenario lo que pretendía extender, allá donde el residuo sobreviviera a sus peores noches de insomnio?

¿Aquel vago olor a desierto, sería quizá a esperanza? ¿O lo excéntrico era su única forma para aplacar la provocación?

¿Porqué James Lee Byars moriría siempre tan lejos; tan lejos de los focos?

Y mientras, la ignorancia tan cerca, siempre tan cerca, del temor.

Byars y Mendieta, Octavio Paz pudo escribir para ellos aquel sobrenombre de Los hijos del limo.

Él sabía que el más antiguo fundamento del poder sacrificial estaba grabado en innumerables lenguas:

El canto te convierte en lo que cantas.

El resto, el residuo, después habita aquella parte interior del cuenco que llamamos vacío y también silencio: allí, donde lo que ocurre es nuestra escucha, ante una posible intuición de la nada: de la nada como limo.

Las palabras mágicas, en cada lengua, se llamaban pasión.

Las palabras trágicas, en cada lengua, se llamaban pasión:

Rasgar las vestiduras era un acto límite de desesperación-deseo, de enajenación-posesión, de posesión-arrebato.

Entre rasgar las vestiduras propias o ajenas podía haber un abismo. Entre la ira y la pasión había un abismo. Había un abismo entre el encuentro querido y el forzado. Entre la magia y el más rutinario acto de poder había más de un abismo.

En el arrebato hay siempre una evidente violencia, hay un cambio de dueños: una decidida pasión en el sentido primero de pasar a otro estado, a otro cuerpo, a otra dependencia, a otra pertenencia.

El juez, como el corifeo, queda sin palabras ante la (…………) proximidad de los opuestos.

La tragedia se situaba en la crisis donde la justicia era aún más incomprensible y algunas precariedades, algunas de las desgracias más íntimas eran coreadas por todas las voces; de aquella extrema desnudez surgía la catarsis que provocaba otro olvido. La fortuna escogía allí los actos más aleatorios para ofrecerles la mimesis de un fundamento. Pues no habría tragedia si el capricho pudiera preverse, si los actos dejaran de ocurrir en el acechante filo del agua .

La representación ocurría para que quedara el reflejo: el reflejo era su fin, la reflexión su residuo. El residuo no era la sobra sino el principio: el humus del comienzo: el negro manantial del que surgía lo humano.

***

El ápice de nuestros gestos se miraba ensimismado, arrobado, deslumbrado, en el espejo de la totalidad. La máscara de la tragedia era la hiper-representación. La imposición de la mascara era instituida bajo el espejismo de totalidad, el ápice convertido en prototípico y aclamado como ancestral destino.

Bajo aquel sueño de investidura, en aquella liturgia entre profana y sagrada, los ropajes aspiraban a alcanzar el poder mágico de la transformación, en el lindero entre lo que parecía juego y lo que debería instituir nuestros reconocidos fundamentos.

La erótica sacrificial recorre los fundamentos de la Tragedia. El juego con la muerte, con la otra muerte, con el horror, era la dictada homeopatía -crueldad sacrificial crueldad-poder- que ya sabían encontrar los juegos de la infancia en el mórbido impulso, en la injustificada herida, en la recurrente humillación.

El poder sacrificial vuelve a la hiper-representación tanto en la investidura como en la desenvestidura. Para anunciar la visibilidad de un nuevo rol, en el escenario, era precisa la resuelta voz del coro, no sólo iluminando sino provocando, con su poder catártico, una envoltura, un velo, que habría de ocultar el momento inmostrable de la transformación: el resto prohibido. El velo-canto actuaría, hipnóticamente, como el vuelo del ave sagrada hacia la ebriedad de la luz.

***

Mendieta sabe bien que la Tragedia, como los ritos de sus sacrificios, no deja de mutar según las épocas, los escenarios y los destinos, según el aspecto de la piel, del sexo y de las lenguas, según el poder de los reyes y la miseria de los súbditos: según quienes puedan ser los corifeos, los guardianes y las víctimas.

Lo sagrado sigue estando en el mismo lugar del animal. Como diría Jung, la historia de la humanidad es demasiado breve como para que los dioses que nos gobernaban en un remoto principio puedan ser realmente olvidados. Una profunda irracionalidad que bebe en lo sagrado o en su ausencia -ambas pretensiones constituyen lo sagrado- socava el espejismo de nuestra precipitada ilustración: el chivo expiatorio impregna con el olor de su orina los mas pulcros altares de nuestra cotidianeidad

¿En qué marginales vertederos desborda la sacralidad el vasto residuo de mujeres sacrificadas? ¿Qué tiene que ver con ello Mendieta si el arte sólo puede tener el poder del canto, de la mímica, de la sublimación, de la transferencia? (7)

Mendieta discrepa de aquella voz del moderno corifeo que ignora el sacrificio en su propia ciudad, quizá éste estaba demasiado ensimismado, demasiado pendiente de deslumbrar con su nuevo papel, de destacar su pronunciación sobre las otras voces y ya no oía cómo estaba, otra vez, en el aire, el olor de la sangre, cómo se agolpaban, otra vez, los murmullos y los lamentos, que, desplazándose por las calles, llegan hasta las puertas donde él declama en La Gran Tragedia.

Lejos de perturbar la trágica belleza de aquellos versos, la “petitte tragedie”, como la heroína de Charlot, persiste en su lugar, cerca del barro.

La violencia de lo sagrado se nutre, en nuestras ciudades, de las instituidas diferencias; acunado por unas y otras religiones, se acrecienta con nuestra cívica disposición para adscribir los cadáveres a nebulosas necesidades del Fatum, también llamado Justicia.

Un oscuro, perturbado sagrado, incita a beber destrucción, señalando la desposesión de la vida como ingesta de poder.

La violencia ejercida sobre una víctima no sería sino una necesaria renovación del dolor, una reconstrucción del dolor como ente, algo que unos ejecutores, unos inductores y un público necesitarían contemplar ante sí: venerar, retener: como regeneración y como ofrenda: ofrenda a sí mismos, como excrecencia de los dioses.

Demasiados siglos agobiados por el obsesivo mantra divino de la sumisión.

Lo sagrado siempre estuvo más allá del canto de los mejores instintos, gobernando el paso, a través de la abyección, hacia un lugar de investidura ubicado también en algún críptico lugar de lo sublime. (8)

Mendieta, cuenta poco más que con la sublimación y la transferencia que ejerce desde su propio cuerpo: vejándolo con la ritual sacralización.

Sublimar la condensación de un sedimento, de un residuo, de un limo, formado por el arrojo de los restos inservibles de una víctima: tan amplia como el inapresable, sangrante, límite de anima que se intenta afrontar, rasgar, y, paradójicamente, huir.

Es también en el núcleo expandido de esa ruina, como interminable ciudad, donde se ejerce el mismo, profundo acto, de forzada desenvestidura: el acto de invisibilización que ritualmente repite Mendieta sobre sí misma en el escenario público: el reflejo del corifeo desinvestido en la ciénaga: un corifeo degradado, abierto: la nada de su rutinaria entraña ofrecida a los ahítos augures.

El corifeo desinvestido en la ciénaga es cada vez una mujer mestiza a punto de ser sacrificada.

Algún poder debía asumir la función sagrada de rehabilitar, de restituir, de redistribuir las fuerzas. El poder de la impotencia continúa siendo el poder del arte, el de intentar resucitar aquello en lo que nadie creería, el de intentar transferir. El arte sólo tiene el poder del canto, de la mímica, de la sublimación, de la transferencia:

Declamar no es el canto. Ante la ausencia de canto la sangre de lady Macbeth no se limpia jamás en la Gran Tragedia.

El canto te convierte en lo que cantas.

Notas a Paño Sacrificial

1 Rito, investidura, representación, sacrificio, desenvestidura, transferencia, son algunos de los centros sobre los que gira este recorrido. Centros que tienden a combinarse, a cruzarse, a buscarse, como La violencia y lo sagrado que René Girard emparenta de forma indisoluble “La violencia constituye el auténtico corazón y el alma secreta de lo sagrado. ” “Lo sagrado es todo aquello que domina al hombre con tanta mayor facilidad en la medida en que el hombre se cree capaz de dominarlo. Es pues, entre otras cosas pero de manera secundaria, las tempestades, los incendios forestales, las epidemias que diezman la población. Pero también es, y, fundamentalmente, aunque de manera más solapada, la violencia de los propios hombres, la violencia planteada como externa al hombre y confundida, a partir de entonces, con todas las demás fuerzas que pesan sobre el hombre desde fuera”. (Girard, 1983, p.38)

En lo sagrado, no dejamos de buscar una protección, un empoderamiento, una voz, más que materna, que nos devuelva y nos renazca; un entendimiento, más que humano, que no cese ante la ausencia de adoración, o el mutismo de la plegaria.

Si como nos recuerda Fernando Pessoa, – rememorando a Rimbaud- vivir es ser otro,quizá nada seríamos sin la herida de la incomprensión, sin la forzada ausencia, ante los recursos performativos del deseo de ser que fuerza la esperanza, la alternativa, incluso la provocación, ante el poder, necesariamente mágico, que debe inaugurar la voluntad de creer, de creer-se.

Lo sagrado , –independientemente de su carácter excelso o monstruoso- gobierna cada paso de la infinita confusión que hace posible la ilusión de comienzo: allá donde se cree intuir el rumor de fundamento .

2 “Para poder comprender los fenómenos sociales más fundamentales, – señala Pierre Bourdieu, en ¿Qué significa hablar?- tanto los que se producen en las sociedades precapitalistas como en nuestro propio mundo (el diploma pertenece tanto a la magia como los amuletos), la ciencia social debe tener en cuenta el hecho de la eficacia simbólica de los ritos de institución; es decir, poder de actuar sobre lo real actuando sobre la representación de lo real. Así, por ejemplo, la investidura ejerce una eficacia simbólica completamente real en tanto en cuanto transforma realmente la persona consagrada: en primer lugar porque transforma la representación que los demás agentes se hacen de ella y, quizás sobre todo, los comportamientos que adoptan respecto a ella

( ….) porque al mismo tiempo transforma la representación que la propia persona se hace de ella misma y los comportamientos que se cree obligada a adoptar para adecuarse a esa representación ” (Bourdieu, 1985 p.80).

“<<Conviértete en el que eres>>. Tal es la fórmula contenida en la magia performativa de todos los actos de institución. La esencia asignada por el nombramiento o la investidura, en el más verdadero sentido de la palabra es un fatum (…). Todos los destinos sociales, positivos o negativos, consagración o estigma, son igualmente fatales –quiero decir mortales- puesto que encierran a quienes distinguen en los límites que se les asigna y que se les hace reconocer.” ( Ibd. p 82).

3 La magia performativa de todos los actos de institución…incluyendo como tales los realizados por nosotros mismos; nuestra potencia performativa , es también la de nuestra capacidad de creer en los símbolos larvarios que genera nuestra capacidad de nombrar, de diferenciar-transformar, lo que podría ser un común acto cotidiano, simplemente señalando: transformando la conciencia en relación a ello, como hace cualquier rito de investidura; diferenciando en la intimidad, con nuestra propia liturgia, cualquier acción transformadora sobre nuestro cuerpo: un baño, un perfume, unas ropas. Es la disposición lo que transfiere al acto, el poder de un rito de paso. En la pequeña re-investidura de lo cotidiano, donde variamos nuestro aspecto físico, con el propósito de poder reaparecer para nosotros mismos y para los otros, hay una inmolación de un ser, que debe desaparecer, para que aparezca el nuevo.

La efectividad de todo acto sacrificial, de todo acto de investidura o desenvestidura reside en el poder de transferencia que su liturgia, su representación, sea capaz de provocar.

4 “Para liberar a toda la ciudad de la responsabilidad que pesa sobre ella, vaciándola de su violencia, hay que conseguir transferir esta violencia sobre Edipo, o más generalmente sobre un individuo único.” (Girard, 1983, p.86)

“Es la violencia fundadora, sin embargo, lo que sigue gobernándolo todo, invisible sol lejano en torno al cual gravitan no sólo los planetas sino también sus satélites y los satélites de los satélites; no importa demasiado, incluso es necesario, que la naturaleza de este sol sea ignorada o, mejor aún, que su realidad sea considerada como nula o inexistente (….).

Nos creemos la única sociedad que ha escapado alguna vez de lo sagrado. Decimos pues que las sociedades primitivas viven en lo <<sagrado>>, es decir, en la violencia. Vivir en sociedad es escapar a la violencia, no evidentemente en una reconciliación auténtica que respondería inmediatamente a la pregunta<<¿qué es lo sagrado?>> sino en una ignorancia siempre tributaria, de una u otra manera, de la misma violencia…Después de haber escapado de lo sagrado más ampliamente que las demás sociedades, hasta el punto de olvidar la violencia fundadora, de perderla por completo de vista, nos disponemos a reencontrarla; la violencia esencial regresa a nosotros de manera espectacular,” (ibd. ps. 333- 334)

5 Es la patética refundación de la Ley sobre la exhibición de poder lo que genera, en nuestras sociedades, la más consustancial de las violencias que invariablemente hunde sus raíces en la violencia originaria de lo sagrado: violencia y erotismo.

“Pero sabemos que, en la medida en que el culto a Dionisos fue erótico, fue también trágico…Ante todo, era trágico, pero el componente erótico acabó convirtiéndolo en un horror trágico .” ( Bataille, 1997 p. 86).

No hay distinción, en lo sagrado, entre el bien y el mal, entre lo excelso y lo monstruoso que en las religiones primitivas reunía un mismo dios.

“El ritual de sacrificio funda la Ley en tanto que significa una “regulación” de la violencia originaria para dirigirla contra la <<víctima propiciatoria>>, ese primer pacto de los <<hermanos>> es, podríamos decir la forma primigenia de <estado>> entendido como plena participación comunitaria en el acto fundacional…En el fundamento de esa acción hay un imaginario –algo que todavía no ha devenido Ley, pero que es su condición de emergencia- que justamente opera sobre el vacío de representación simbólica, y es por ello que se hace necesario el acto de fundación de la Ley como tal, o de re-fundación de la Ley, en la posterior repetición ritual, que como hemos visto conserva aquella violencia fundacional en su subordinación al Mito, al puro simbólico”. (Grüner,1999, p.18)

No es sino la primitiva intuición de la Ley re-fundada sobre la sangre lo que hace que los ritos de sacrificio reaparezcan una y otra vez en nuestras sociedades, bajo las más diversas formas, en contra de la afirmación de que las sociedades modernas escapan de lo sagrado perdiendo de vista la violencia fundacional.

“¡Sagrado!

En principio, las sílabas de esta palabra están cargadas de angustia; el peso que soportan es el de la muerte en el sacrificio…

Toda nuestra vida está cargada de muerte…

Pero, en mí, la muerte definitiva tiene el sentido de una extraña victoria. Me baña con su luz, provoca en mí una risa infinitamente alegre: ¡la risa de la desaparición .(Bataille, 1997, p.87)

6 En el sacrificio moderno la necesidad de congregación se cumple a través de las múltiples formas de re-unión que proporciona la macrópolis, que padece, en la misma medida que participa y refrenda; entre los sacrificios de mujeres que tienen lugar en la intimidad, en todos los lugares del mundo, y, los que se realizan sistemáticamente en el territorio público, en lugares como Ciudad Juarez, con toda impunidad, no llega a haber grandes diferencias. La impunidad no es sino el consentimiento o refrendo de una sociedad que permite a los ejecutores autoinvestirse como ostentadores de la Ley, pero también es el dejar hacer en la inconfesable expectativa de ser alcanzados por un fragmento de aquella abyección a través de la transferencia que ese tipo de horror ofrece a sus invisibilizados fieles. La solución de continuidad entre las víctimas actuales y las de otras sociedades primitivas podría ser únicamente formal…Esa dínamica continúa en otros colectivos -caracterizados siempre por su debilidad- ante el estado o ante los grupos, que, con solapado consentimiento, actúan en su nombre. Es consustancial a la violencia sacrifial actuar en nombre de una Ley, de un Estado, de un Poder que de alguna manera ilumina aquel acto que en otras circunstancias estaría prohibido: el ejecutor recibe con la encomienda o consentimieto algún tipo de investidura sacerdotal. “ Las víctimas rituales proceden casi siempre de unas categorías no abiertamente exteriores, sino más bien marginales, esclavos, niños, ganado, etc… Para que la víctima pueda polarizar las tendencias agresivas, para que la transferencia pueda efectuarse, es preciso que no exista solución de continuidad, es preciso que exista un deslizamiento << metonímico>> de los miembros de la comunidad a las víctimas rituales…El pensamiento ritual quiere sacrificar una víctima lo más semejante posible al doble monstruoso . Las categorías marginales en las que frecuentemente se reclutan las víctimas sacrificiales no responden perfectamente a esa exigencia pero constituyen la aproximación menos mala (Girard, 1983, p.282)

Actualmente, como en otras épocas y culturas, el otro rostro de la sociedad necesita ser curado de esa mueca de espanto. Son numerosas y numerosos los artistas que han centrado su trabajo en diversas acciones catárticas en torno a la violencia, si bien, aquí nos hemos centrado en el trabajo de James Lee Byars y Ana Mendieta por la fuerte presencia en sus actuaciones de los ritos de transferencia, a propósito de los cuales y como constatación antropológica, ya no de su existencia, sino incluso, de su eficacia en un origen, convendría recordar el concepto de abreacción que Levy Strauss describe en su Antropología Estructural , donde nos demuestra cómo enfermedades, sobrevenidas por conflictos olvidados por el paciente, son curadas mediante actuaciones que representan aquella situación, hasta producir, una anamnesis que provocará una reacción – abreacción- catártica curativa .

A Joseph Beuys le sedujeron profundamente los recursos de los llamados “primitivos actuales” en aquellos lugares donde al no existir la palabra artista todo el mundo lo es; por lo que se invistió a si mismo de chamán occidental, tras la utopía de un poder curativo sobre la separación arte-vida que estructura y enferma nuestra sociedad .

“Las diversas modalidades de purificación de lo abyecto –las diversas catarsis- constituyen la historia de las religiones, terminando en esa catarsis por excelencia que es el arte, más acá o más allá de la religión. Desde esta perspectiva, la experiencia artística, arraigada en lo abyecto que dice y al decirlo lo purifica, aparece como el componente esencial de la religiosidad. Quizá por ello está destinada a sobrevivir al derrumbamiento de las formas históricas de las religiones (Cristeva, Julia 1998, p. 27)

Tanto Mendieta como Byars no sólo pretenden provocar una reacción sobre aquello que enferma a nuestra sociedad, sino que se remontan al pasado para recuperar aquellas estructuras de lo sagrado más relacionadas con nuestras posibilidades creativas, transformadoras, mediante el recuerdo-rehabilitación de lo simbólico. Ambos ofrecen su cuerpo como cuerpo de lo social, en coherencia con la dinámica sacrificial que recuperan; ambos señalan el valor, el poder performativo del propio cuerpo no sólo como depositario de investiduras en el sentido irreversible del fatum sino como sujeto sufriente capaz de rasgar su propia imagen-vestidura y tejer sobre el dolor desnudo, con los actos y con las palabras del propio canto que deviene colectivo.

Las olvidadas palabras mágicas no eran siempre recursos secretos, inaccesibles o ya perdidos para siempre. El auto-sacrificio de nuestros propios restos también abre una postergada vía de la memoria con la consecuente posibilidad de abreacción : siempre que podamos intuir qué es el resto.

7 “La transferencia que opera el arte como la que opera el sacrificio no es sólo entre el artista o su representación y la sociedad en la que vive. Si se recupera la estructura del sacrificio es para recuperar también su alcance “por medio del sacrificio alimentas a los dioses y por él los dioses te alimentan a ti” Bagavad Guita, Canto III, 11. La representación o acción del sacrificio abre una transferencia mediadora con lo desconocido de lo sagrado. Lo que abre la representación artística es el contacto con lo sagrado, la posibilidad de participar directamente en el intercambio, en la posibilidad, a través de la ofrenda, de recibir el don de la re-investidura. El arte se desenvuelve en esa reciprocidad.” (José A. Bergúa, p. 4).

8 Lo sagrado cotidiano, aún en las sociedades paulatinamente alejadas de unas prácticas religiosas, que se tienden a confundir con lo sagrado, el erotismo, no olvida sus raíces, sus principios, los oscuros mecanismos de donde la violencia inicial está una y otra vez presente: esa violencia sagrada que en lo cotidiano es habitualmente contenida; violencia acechante como límite, pero habitualmente contenida, transformada, aplazada…, quizá metamorfoseada en belleza – habitualmente sublimada – porque lo cotidiano también es la agresión y el crimen, la sofisticación de saber mantenerse en el borde de los límites, de saber generar nuevos límites, nuevas expectativas, nuevas representaciones, que no dejan de ser recursos simultáneos de la promesa y el olvido bajo el sabor del pecado.

“ Lo prohibido da a la acción prohibida un sentido del que antes carecía. Lo prohibido incita a la trasgresión, sin la cual la acción carecería de esa atracción maligna que seduce…Lo que hechiza es la trasgresión de lo prohibido…

Pero esa luz no es sólo la que desprende el erotismo. Ilumina la vida religiosa siempre que entra en acción la violencia total, la violencia que interviene en el instante en que la muerte corta el cuello de la víctima acabando con su vida.” (Bataille, 1997, p.87).

El pecado como condición de la belleza

“ Lejos de preconizar únicamente una doctrina de restricción y de aceptación de la palabra divina, la concepción cristiana del pecado implica igualmente un reconocimiento del mal cuya potencia es proporcional a la santidad que lo designa como tal y en la que puede transformarse. Esta transformación en goce de la belleza supera ampliamente la tonalidad retributiva y legalista del pecado-deuda o iniquidad. Así es como por medio de la belleza, lo demoníaco del mundo pagano puede ser domesticado. Es así también como la belleza penetra en el cristianismo al punto de tornarse no sólo uno de sus componentes sino quizá aquello que lo conduce más allá de la religión (Cristeva, Julia 1998, pgs. 163-4)

En lo sagrado cotidiano practicamos una liturgia del aplazamiento donde cada acción es de alguna manera, siempre, el fragmento de una acción por completar, allí nuestro cuerpo es un fragmento hospitalis de aquel otro perdido. En Roma cuando una amistad, un amor, un huésped iba a alejarse, el anfitrión partía por la mitad una tesela de arcillatesela hospitalis y entregaba una parte, guardando para sí la otra: una fragmentación para crear unión, expectativa de reencuentro, de unidad, de retorno. Fragmento como testigo de identidad y pertenencia, más allá del marchitar del aspecto físico, aun en la demora del reencuentro, un testigo simbólico que contenía la presencia del otro y el reencuentro.

“En un mundo en que el Otro se ha derrumbado, el esfuerzo estético –descenso a los fundamentos de lo simbólico- (quizá consista) en volver a trazar las frágiles fronteras del ser hablante lo más cerca posible de sus comienzos” (Ibd. P.28).

El “volver a trazar” nos devuelve la presencia, los principios y las utopías de la re-vuelta aquel estado personal y social tan lejos de la algarabía, arma secreta del capitalismo salvaje y sus servidores: estados, medios de comunicación, iglesias, fervientes y mediocres perseguidores del éxito, el poder o la supervivencia hasta los estratos más íntimos de nuestras casas.

Lady Macbeth encuentra ahora en las aguas intestinos y otros despojos arrojados: como mensajes para arúspices.

Donde parecería quedarnos nada quizá nos quede entre otras cosas, siempre que acertemos a recordar, el profundo poder de unir que nos devuelve el canto. Recordarnos decía Eduardo Galeano: del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón.

Reencontrarnos en un tiempo recobrado del detenimiento .

 

Bibliografía:

Bataille, Georges (1997): Las lágrimas de Eros, Barcelona: Tusquets
Byars, James Lee (1995): THE PERFECT MOMENT, (Catálogo de Exposición) Valencia: IVAM, Centre del Carme.
Bergúa, José A. : Lo social sagrado, http://www.ucm.es/info/nomadas/9/jabergua.htm
Bourdieu, Pierre (1985): ¿Qué significa hablar? Madrid: Akal.Chomski, Noam (2003):Poder y terror , Barcelona: RBA.
Cristeva, Julia (1998): Los poderes del horror, Madrid: Siglo XXI Editores,
Galeano, Eduardo(2003): El libro de los abrazos , Argentina: Catálogos.
Girard, René (1995): La violencia y lo sagrado, Barcelona: Anagrama.
Grünner, Eduardo(1999): La Tragedia, o el fundamento perdido de lo político en http://168.96.200.17/ar/libros/filopol2/gruner.pdf
Jung, Carl Gustav, (1993) : La psicología de la transferencia, Barcelona: Paidós.
Klein ,Naomi: (2007) La doctrinadle shock: Barcelona:Paidós.
Levi-Strauss, Claude (1979): Antropología estructural: mito, sociedad,humanidadesBuenos Aires, Eudeba,.
Mendieta, Ana (1996): Ana Mendieta (Catálogo de exposición) Santiago de Compostela: Centro Galego de Arte contemporánea,.
V.V.A.A. (2006): Ciudad Juarez. La cultura contra la impunidad , Babelia, El País, 18 de febrero de 2006.