Garbage’s Garden

El rapto de la luz

Alfonso Masó pertenece a ese grupo de artistas contemporáneos cuya preocupación central se desenvuelve en esculpir la luz y, por tanto, la forma. Es el artista enamorado de la Naturaleza y del cuerpo humano, con una conciencia clara de que el ser humano y Naturaleza pertenecen a un mismo reino; y es ese sentimiento el lugar de donde procede su actitud de respeto a la misma. La manipulación, intervención y alteración de la materia como el alabastro podríamos decir que es reducida, en cuanto respeta estructura y composición naturales, derivándose de su cincelada, fuerzas energéticas que son conducidas como insalvables caricias, de tal manera que sus formas emergentes parecen haber nacido aliadas de la acción erosionante del agua y del viento: hierro, piedra, agua y aire. Así , la estructura de cada una de sus obras viene determinada por su propia geología, creando topografías asimétricas cuyos ritmos pertenecen a los propios ritmos paisaje.

El mundo es entendido como un devenir de la materia, como un continuo a través de una morfología de la línea curva y ondulada de la superficie envolvente, de la masa dúctil y maleable que quiere expanderse, sin apenas distinción entre la forma contenida y el espacio que la contiene, acariciando tanto el vacío como la plenitud , sustancias de distinta densidad que discurren unidas . En sus obras conviven y se manifiestan los contrarios: luz y sombra, transparencia y opacidad, solidez e ingravidez, concavidad y convexidad, reposo y movimiento, susurro y silencio, quietud y vida.

Sus propuestas metamórficas se envuelven y arrollan fusionándose unas con otras, sugiriéndonos, miembros, vulvas, senos, torsos, cuevas, semillas, frutos, falos, etc., recuperando la originaria unidad del ser con el mundo en una absoluta integridad, mezcla o derivación de lo inorgánico, lo orgánico y lo humano; formas a las que la materia tiende como configuración final, como término de su lenta evolución, dejando manifiesta la idea de la relación cíclica de las cosas y el espacio. A veces, sus insinuados torsos reclinados, suaves promontorios o semillas en el seno, remiten al nacimiento como uno de los temas predilectos del creador , donde la forma embrionaria en lenta expansión y pulsación intenta liberarse de su matriz a la que aún sigue encadenada. Los mismos títulos en guaraní nos hablan de su estado del ser (teñoi, eirete, kurupi, jaikúi, oikovéva), pero también de lugares (jarisetâ, nendive, amo tuguape, eirete, agui águi) y de la acción y conducción de energías e invocación de los elementos naturales físicos y humanos (hechaga’v, mongy, ñe mongeta, sapirî, endu) con un profundo sentido de la inquebrantable solidaridad de humanidad y naturaleza (vuelta al paraíso perdido, ya en las poéticas del XVIII). Alfonso, con un espíritu chamánico, se encamina hacia la visión del artista como un conductor de energías, liberando en su quehacer a la piedra de su mundana existencia. Podemos decir que encarna al artífex, pero también al homo ludens, hallando mediante la paciente transformación de la materia, del caos, el cosmos, y hace mundo. Mundo en y por la Naturaleza, y ante todo, naturaleza de la luz.

La forma es la luz que penetra en los ojos, y “la escultura la forma del pensamiento del escultor” (Oteiza). La piedra hecha luz, la forma hecha agua en el amnios está en continua evolución, en constante transformación, deviniendo, latiendo en su expansión hacia el exterior-interior, es un continuo. Si apartamos la mirada nos arriesgamos a no poder detener su evolución y nos encontramos ante una nueva imagen; los movimientos del volumen nos atrapan y en un descuido nos abandonan, imposibilitándonos para determinar visualmente las relaciones exactas de las formas entre sí y la distancia que nos separa de ellas. Existe una conjunción de los ritmos del escultor y la naturaleza, y siguiendo el principio de ésta, de no oponer resistencia, logra una ligereza que solamente puede ser alcanzada mediante un entendimiento profundamente sensible del entorno con el que está trabajando. Habitamos en la naturaleza y ella lo hace en nosotros: el artista no niega ni deseos ni pulsiones , y de esta inclinación personal nos lleva su obra al mundo de la naturaleza mediante una condición vital de respeto. Y aquí hallamos la belleza.

Nuestro escultor encuentra en la naturaleza los elementos plásticos de primer orden como frutos, tubérculos, rocas y ríos, pero también fragmentos de la morfología humana, órganos vitales, huesos, convirtiendo su quehacer escultórico en una metáfora del devenir. Y, al igual que para el escultor Rodin, la luz es concebida como originada en la tensión que crea la obscuridad. Activa la materia buceando en la roca hasta extraer la luz de sus entrañas, de la ciega oscuridad, y en esa lucha la forma en expansión (símbolo de la creación) se nos abre como ónfalos ovoidales, cimborrio del nenúfar o flor de loto, blanco como el andrógino, como deidades, que nos elevan al estado de lo celeste, blancura del alba; esos lugares donde comenzaría la creación, sacralizados por la presencia de la obra.

Seducción, atracción, palpitación, pulsión…, sinuosos movimientos de vaivén en una secuencia infinita de una forma a otra, enlazadas entre sí. Las obras no se desploman sobre sí mismas, sino que, suspendidas en tensión con la fuerza gravitatoria, intentando olvidar su solidez, generan una recóndita energía que las eleva para soñar un vuelo hacia no se sabe qué lugares. Pero tampoco olvidan sus orígenes, por el contrario añoran el vacío dejado en las entrañas de la montaña; han nacido como simientes bajo la tierra y en un movimiento de ida y vuelta al paisaje luchan por instalarse en el espacio exterior, en el cosmos. De la obscuridad a la obscuridad y en esa transición raptan y capturan la luz para dejarse ver, por un instante, por una eternidad.

Podemos decir que su recurso fundamental lo constituyen las complejas interacciones que se producen entre los elementos del volumen, la luz, el ritmo y la materia inerte de la caliza, en un baile o juego infinito de reflejos, transparencias y máculas de sombra sobre las superficies exteriores vistas y ocultas de sinuosas e inestables ondulaciones. El movimiento es infinito, imparable, y la luz, posada y detenida por la textura espigada del cuerpo henchido del lechoso alabastro, se sumerge en su interior, ya capturada, habitando la forma, iluminándola, deshaciendo los suaves contornos de lo corpóreo, difuminando mágicamente los límites de lo que es real. Como si de un ser vivo se tratara, sus formas evolucionan pasando de un volumen a otro en un proceso continuo de cambio. En palabras del autor, refiriéndose a Chillida : “La luz nace en una macla de alabastro que contiene una estancia clara, profunda, diáfana, inquietante”. En su interior, sonoridad.

Y el aire esparcido entre los volúmenes, penetrando por los intersticios de las superficies, establece ligeros contactos en el cruzamiento de los contornos produciendo suaves transiciones graduales. Como procedentes de otros mundos, estos volúmenes se nos presentan en apariencias envueltas en tejidos de vitela en cuyo interior aguardan aún palpitando máculas como alas de mariposa petrificadas por la arroyada atmósfera de otros tiempos; mostrándonos en su interior la duda zigzagueante y sonrojada de la piedra ¿O la carne?

Nos sentimos impelidos a una continua traslación en torno a la obras, intentando una quimera, un imposible, impulsados por un deseo sobrehumano de abarcar en una conjunción de dimensiones física, psíquica y espiritual, su totalidad. Pero en esa traslación, en ese pasaje dimensional, el mundo parece esfumarse dejando en su lugar otro más luminoso y sereno, tránsitos de luz y forma, vórtices de luz y color, iniciándonos en un proceso de ascensión en el que nuestra conciencia como humanos, como naturaleza, es elevada. De inmediato, ante su contemplación, silencio, luz y extrañeza son nuestros aliados, y perplejos iniciamos un recorrido sin saber dónde está el principio ni donde finalizarlo. Inesperadamente, inmersos en murmullos y ruidos cotidianos, se hace silencio, pasa un ángel, y sin saber cómo, pensamiento y emoción se manifiestan en un “abrir y cerrar los ojos”.