Con estas rocas salpicadas de rayos luminosos y secretos…

La mirada que nos ofrece Alfonso Masó, a través de esta obra, pienso que tiene la fuerza de transmitir, seducir y transformar nuestra realidad. Dado que el arte es comunicación, que posee la capacidad de crear mundos, que implica un conocimiento del nuestro, las esculturas de Alfonso Masó nos muestran su visión acerca de este.

Me asombra constatar un vez más la variedad de vida que estas esculturas y fotografías nos descubren y manifiestan: infinitud de rostros, escenas de una realidad múltiple e inabarcable se abren paso para hablarnos, para dialogar con quienes, desde el silencio –y sin dar la espalda al nuestro-, anhelamos, tenemos sed de otras miradas, otras experiencias, a fin de ampliar nuestra forma de ser y estar en el mundo. El arte de Alfonso Masó tiene la capacidad de abrir las puertas a las instancias más íntimas de nuestro yo -de los otros yo – para establecer un diálogo con el ‘otro’.

Desde luego, no me siento capacitada para valorar esta obra. Mi única pretensión es transmitir el profundo goce derivado de la contemplación de la misma… Un mundo que se hace, de pronto, redondo, atrayente, radiante; una mirada que hoy, en nuestra sociedad, en nuestra cultura se convierte en respuesta alternativa a la realidad injusta: la de la ignominia, la de la violencia, la de la injusticia.

Con el alabastro y el cincel, la mano hábil, experta del artista, desde la otra orilla, nos ha cincelado sueños. Así, estos nos transportan al mar, a las islas, a las nubes, a las tiernas praderas, al azul de la mañana, a la tarde violeta o anaranjada… Y más allá, a los límites del silencio, donde puede surgir el éxtasis, que se enrolla crepitando, como un hilo palpitante de fuego, como una chispa que tras de sí enciende la emoción e inflama toda nuestra mente. Es este resplandor el que permite que emerja la sensación de armonía y paz que nos inunda y sobrecoge entonces.

Con estas rocas salpicadas de rayos luminosos y secretos cabalgamos a lugares recónditos, sobre olas vestidas de blanco con sabor a sol salado, y algas que nos invitan envolventes. Desde la lejanía, las palabras de Pablo Neruda inundan el paisaje, reverberando como un eco:

“De todas las cosas que he visto

a ti quiero seguirte viendo,

de todo lo que he tocado,

solo tu piel quiero ir tocando”.

 

Formas redondeadas rememoran la armonía de los cuerpos, nos seducen desde la piel hasta las profundidades palpitantes que intuimos en ellas, vestigios del encuentro con el fuego y el infinito:

“En ti la tierra

[…] tus pechos se pasean por mi pecho

[…] y me inclino a tu boca para besar la tierra.

[…] Tus senos son como dos panes hechos

de tierra de cereal y luna de oro,

[…] no hay nada como tus caderas,

tal vez la tierra tiene

en algún sitio oculto

la curva y el aroma de tu cuerpo”.

 

Las esculturas de Alfonso Masó me parecen poemas visuales y táctiles que hablan de vida y de muerte, de la supervivencia y de la pureza surgidas entre los cuerpos, del fuego encendido y de la eternidad. Porque vivimos en un mundo en donde el dolor está muy presente -las violaciones a mujeres; los cuerpos de emigrantes esparcidos por el mar, por las arenas, por las ciudades; las guerras fratricidas; la intolerancia al ‘otro’…-, su obra me revela la otra cara del horror: son cuerpos –más allá de lo femenino y masculino- significados por su esplendor, la perfección y sublimidad en la relación que establecen con la otredad :

[…] tu cuerpo no solo es la rosa

que en la sombra o la luna se levanta,

[…] sino que para mí tú me has traído

mi territorio, el barro de mi infancia;

las olas de la arena,

la piel redonda de la fruta oscura

que arranqué de la selva,

aroma de maderas y manzanas”.

 

La roca y la tierra, fundidas, han ido resurgiendo de la noche golpe a golpe, en un diálogo ininterrumpido con el creador, hasta convertir en poema, en hilo comunicativo lo que no era más que sombras, tinieblas. El trabajo y la ternura han arañado la tierra oscura y sacudido la indolencia de la superficie, hasta conseguir coser el cielo con la luz, hasta hacer emerger la plenitud en la desnudez de la materia rocosa.

La obra escultórica de Alfonso Masó crea una nueva realidad, genera un acontecer, refleja un tiempo histórico. En dicha mirada, en dicho mundo creado está implícito el artista, su obra nos revela parte de sí, uno de los rostros de su propia verdad interior.

Más aún, la contemplación de su obra nos trasforma interiormente. Un deseo inefable se proyecta y nos inunda, lo mejor de nuestro ‘ser personas’: el amor, la generosidad, la solidaridad cincelados en la piedra.